Yolanda, 45 años, de Toledo: mi aventura más joven

Toledo: aventuraSoy Yolanda, tengo 45 años y vivo con mi familia en uno de los barrios más caros de Toledo. Mi marido Carlos y yo estamos casados hace ya 17 años y tenemos una hija que recientemente ha entrado en la crítica edad de la pubertad.

Últimamente tengo la impresión de que Carlos prefiere pasar el tiempo trabajando en su oficina antes que en casa conmigo, y me siento cada vez más descuidada.

Yo trabajo como redactora en una agencia publicitaria y -modestia aparte- siempre tuve mucho éxito en el plano laboral. Nunca tuvimos problemas financieros, tenemos una casa bellísima y a menudo nos vamos de vacaciones, a veces al mar, otras veces a la montaña.

Sin embargo, hace un tiempo comencé a sentirme cada vez más irritable e insufrible. En el trabajo no me ponía de acuerdo con algunos de los pasantes, en casa reñía a menudo con nuestra hija, y mi relación con Carlos se enfrió. Muy por dentro, sentía que algo debía cambiar pronto.

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Un día oí a dos colegas hablando sobre un sitio web de encuentros románticos. Por lo que parece, una de ellas, también casada y con hijos, en un momento de debilidad se había inscrito en este sitio y había conocido a alguien.

Hablaba con entusiasmo del hombre con el que se encontraba regularmente y sobre todo del sexo excepcional que tenían. “Es cuestión de ser cautos, y nadie en casa sospecha nada”, fueron algunas de las palabras textuales que quedaron impresas por mucho tiempo en mi memoria.

La idea de ser deseada por otro hombre me atraía, y comencé a fantasear con una aventura que pudiera liberarme del tedio de la vida cotidiana.

El paso de la fantasía a la realidad sucedió en un modo tan natural que me encontré planificando concretamente la posibilidad de una aventura. Aún teniendo varios pretendientes en la agencia, ninguno de ellos era apropiado. Quizá los famosos portales en línea, de los cuales mis dos colegas hablaban, habrían podido constituir una alternativa válida.

Había algunos que tenían una reputación óptima. Quizá podría darles una ojeada en una de mis noches de insomnio. La discreción parecía asegurada, y ese era el aspecto más prioritario para mí. No quería herir a Carlos, y mucho menos perderlo. Lo pensé un buen tiempo y estaba casi por abandonar la idea, cuando, como sucede a menudo en la vida, todo se dio solo.

Todo comenzó en la fiesta de Sonia. Era un viernes por la noche y ambos estábamos invitados, pero Carlo debió marcharse antes porque al día siguiente tenía una reunión de trabajo en Madrid. Nuestra hija había ido a pasar el fin de semana en casa de una amiga y no volvería hasta el domingo por la tarde. Yo me había puesto particularmente bella para la ocasión.

Había desempolvado mi vestido de noche preferido, aquel con el escote provocador, y lo había combinado con elegantes zapatos de taco alto. Carlos, sin embargo, no hizo ningún comentario. De hecho: aquella noche se mostraba más distraído de lo normal.

Sonia parecía haber invitado al mundo entero a aquella fiesta. Algunos de los invitados habían llegado incluso de Londres y su espacioso piso parecía desbordar de gente. Yo me sentía cómoda como no me había sentido en mucho tiempo. Charlaba con otros invitado, sorbía mi cocktail y tenía la clara sensación de que algo excitante estaba por suceder. Si este no era el lugar ideal para encontrar una aventura, ¡entonces no lo era ningún otro sitio! Observé a todos los invitados, muchos de los cuales habían llegado a la fiesta sin acompañante.

Sonia había notado que las cosas entre Carlos y yo no iban muy bien desde hacía un tiempo. Cuando me presentó a Gabriel, de pronto tuve el presentimiento de que estaba intentando emparejarnos. Según Sonia, era un creativo que en el momento estaba atravesando una fase de crisis personal. Su relación estable había terminado bruscamente de un día para el otro y se veía que a esa fiesta había ido sobre todo para divertirse. Era un hombre realmente bello, como mínimo 15 años más joven que yo, y tenía un cierto “no sé qué” que me daba unos deliciosos escalofríos. Era alto, tenía un físico atlético y un rostro escultórico. Lo que más me intrigaba eran sus ojos verdes, que me observaban intensamente.

Soy una persona extrovertida, por lo que fue fácil para mí llevar adelante una conversación con él. Ya que trabajábamos en el mismo sector, teníamos muchas cosas en común de las que hablar. De mi situación familiar no dije nada, y tampoco él habló sobre cuestiones privadas. No mencionó a su ex, ni su ruptura.

Hablamos sobre nuestras películas preferidas, sobre literatura, viajes, música y arte. La noche voló y, en un cierto punto, me tomó la mano y la besó. Yo estaba atónita pero claramente también halagada. Me llevó a una habitación contigua, donde algunas parejas bailaban al ritmo de canciones famosas. Yo no bailaba hacía una eternidad, pero me surgió natural como si los años no hubieran pasado.

La música era de mi agrado y cuando Gabriel me apretó contra él, la noche se tornó perfecta. Más tarde me besó, primero tiernamente, y luego con ímpetu. Todo comenzó a empañarse: mi marido, mi hija, mi trabajo, todo de pronto era muy lejano. Me sentí ligera y despreocupada como en mi época universitaria.

Gabriel me acariciaba la espalda. A través de la delgada tela del vestido, podía sentir sus dedos vibrar sobre mi piel. En un cierto punto, nos encontramos sobre el sofá de Sonia, donde continuamos besándonos apasionadamente. Su aroma era divino y adoraba el contacto con su piel. Quizá pensaba aún en su ex. Yo, por mi parte, no desperdicié ni un segundo pensando en Carlos: el objeto de mi deseo era Gabriel.

Me murmuró frases dulces al oído y para mi ya era más que claro cómo terminaría aquella velada. Pensé que podríamos ir a su piso, ya que vivía solo. Carlos no se enteraría de nada, porque debía partir hacia Madrid al amanecer.

En un cierto punto noté un silencio en torno a nosotros: éramos de los últimos invitados que quedaban en un lugar. Sonia estaba saludando a una pareja, cuando yo y Gabriel nos encaminamos hacia el corredor, ligeramente abrazados. Estábamos tan excitados que sentimos la necesidad de salir sin ocultar lo que estaba sucediendo.

Era placentero sentir el fresco aire nocturno envolviéndonos y, tomados de la mano, paseamos hasta llegar a la orilla del río. La luna parecía un diamante sobre un cielo aterciopelado, las estrellas parpadeaban con complicidad y Gabriel me preguntó dulcemente si quería pasar la noche con él.

Vivía fuera de la ciudad, a aproximadamente 10 kilómetros de Toledo. Durante el viaje en coche no hablamos, cada uno estaba absorto en los pensamientos propios. Para ser sinceros, mientras más me acercaba al objetivo que había deseado, más deseaba no encontrarme allí. Podría decirse que estaba un poco asustada de mi propio coraje. ¿Y si Gabriel no me encontraba atractiva?

Pero apenas llegamos a nuestro destino, una bella casa de piedra que generaba un efecto agradable y acogedor incluso en la oscuridad, olvidé instantáneamente todas mis preocupaciones. Enseguida, apenas cruzamos el umbral, Gabriel me condujo hasta la habitación principal. Lo que sucedió allí, sólo puedo describirlo como una fiesta de los sentidos.

Gabriel reveló ser un amante apasionado y emprendedor, que manejaba a la perfección las más variadas prácticas sexuales. Nos amamos por momentos tiernamente, y por momentos con fogosidad y sorprendentemente sin cansarnos en ningún momento. Gabriel despertó deseos en mí que no sabía que yo misma tenía. Cubrió mi cuerpo con una marea de besos y me animó a hacer cosas que con Carlos jamás habría soñado experimentar.

Luego nos dormimos abrazados el uno al otro y cerca del mediodía me llevó a donde Sonia, donde había dejado mi coche. Intercambiamos números de teléfono y direcciones de correo electrónico y, entre besos, nos prometimos que volveríamos a vernos pronto. Sonia se mostró más bien curiosa, pero yo no tenía ganas de hablar de mi aventura erótica con ella.

Cuando llegué a mi hogar, me di un baño relajante, acariciando todos los puntos de mi cuerpo que Gabriel había amado tan intensamente. Al revivir mentalmente la noche apenas pasada, sólo al pensar en mi amante, llegaba al éxtasis. Por el otro lado, necesitaba tiempo para procesar lo que había sucedido, por lo que decidí mantener distancia por un tiempo. Gabriel, en cambio, en envió mogollón de correos románticos con la esperanza de volver a verme pronto.

Antes de darme cuenta, me encontré bien metida en una aventura, que no podría haber sido más excitante. Nuestros encuentros no era regulares, pero sí decididamente intensos. Continuamos encontrándonos en su hogar, en el río, una vez incluso en un viñedo. No contábamos con mucho tiempo a nuestra disposición, pero aquel que teníamos era suficiente para entusiasmarme y recargarme con nuevas energías.

Carlos jamás sospechó de aquello que hacía a sus espaldas. Puede parecer extraño, pero mi aventura con Gabriel no tuvo ninguna repercusión negativa sobre mi vida familiar. Al contrario: indirectamente, logró restablecer la armonía.